Allegro barbaro

GAZWRX: las películas de Jeff Keen

“La guerra engendra y rige a todas las cosas” (Heráclito)

La guerra y el fuego son elementos comunes en la cosmología de Heráclito y el cine de Jeff Keen. En sus peliculas, como en el universo del filósofo, todo fluye, y a menudo a una velocidad incompatible con la contemplación. Fotogramas con dobles o triples exposiciones se suceden a la velocidad del rayo. “Más rápido pero no menos serio” dice un cartel en una de sus películas. Y otro: “The Fastest Film Alive”.

Sería inexacto llevar más allá el paralelismo entre Jeff Keen y el “filósofo que llora”. La dialéctica clásica se enriquece en la obra del cineasta de Brighton con la ironía romántica, que disuelve las fronteras entre arte y vida, cine-diario y pintura automática, seriedad y broma, densidad y ligereza, creación y destrucción. El propio artista, sus familiares y sus amigos, actúan como personajes de novela gráfica (Vulvana, Silver Head, Plastic Man, el doctor Gaz). Las historias y arquetipos se suceden con tanta rapidez como las imágenes y sonidos, y es imposible retenerlos. Son películas vertiginosas, que alumbran ecosistemas proliferantes: como en los bosques y mares tropicales, o en las metrópolis humanas, el ojo y el oído no pueden captar todo lo que sucede, interpretar el devenir incesante de creación, extinción y regeneración.

Esta sobrecarga de forma y contenido (aquí imposibles de distinguir), frente a la cual las películas más arduas del llamado “cine de autor” son “un juego de niños”, no demanda un análisis pausado. Pocas veces el horror vacui habrá llegado tan lejos; pero Jeff Keen no llena el vacío con fantasmas sentimentales y sus películas nos recuerdan que las primeras superposiciones de imágenes se las debemos a los pintores paleolíticos. Como escribió Bataille, el arte es en primerísimo lugar, y sigue siendo ante todo, un juego. En estas películas se renueva el tránsito del mundo del trabajo al mundo del juego: un gasto de energía sin utilidad práctica. Hay que aceptar sus reglas, y dejarse vapulear, olvidarse del significado, el análisis, la proporción. También hay que recordar que el autor proyectaba varias películas a la vez, en diferentes pantallas, acompañadas de performances en vivo que añadían capas adicionales de complejidad.

Keen utiliza el montaje como instrumento de percusión: su tempo es el bartokiano allegro barbaro. Cualquier descripción conceptual o captura de pantalla, además de parcial y aleatoria (¿por qué recordamos unas imágenes y no otras?), no puede reproducir, y de algún modo diluye, la agresividad de esa cadencia.

Calles sumergidas bajo el mar. Un hombre que surge de las olas, como Odiseo.

Dibujos de anatomía, desmembramientos de muñecas, autopsias de plastilina, restos de plástico quemado, ráfagas de ametralladora. Dibujos que devoran otros dibujos. Bocas de las que salen aviones incendiarios, llamas o flores. Bocas que ingieren a superhéroes lanzados como proyectiles, como en una máquina pinball del infierno del Bosco. Recortes de cómics y periódicos junto a citas de Velázquez, Manet, Picasso, Duchamp, Warhol.

Bacamales, juegos de disfraces heterodoxos, danzas inarmónicas, máscaras de todo tipo, rostros pintarrajeados. Hombres que se resguardan bajo paraguas incendiados. Tubos y mangueras. Globos priápicos, y otros esféricos que al hincharse muestran mapas de regiones en guerra. Mujeres pantera, vampiros, espías de rostros difuminados, una niña que ha perdido algunos dientes de leche.

Una palabra (un mundo) fundida en el fuego.

Trazos de pintura que cubren o retocan las impresiones fotográficas. Formas destruidas por nuevas formas, dibujos tapados por nuevos dibujos (a veces en time-lapse), condenados a no perdurar.

Se puede encontrar información sobre Jeff Keen en la página web https://www.jeffkeen.co.uk/

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