Nadie se compadece de mí

Where Danger Lives (John Farrow, 1950)

La relación demasiado evidente entre el cine y los sueños ha sido tratada explícitamente en muchas películas, en las que los sueños de los espectadores se mezclan con los sueños de los personajes: véase la relación entre Schatten (1923) de Arthur Robison y The Woman in the Window (1944) de Fritz Lang -quien calificó el final de esa película como «un viejo truco tan trillado que casi parecía nuevo».

Otras películas registran progresiones de acontecimientos mediante las que la vida cotidiana imita la lógica de las pesadillas. Por ejemplo: un hombre que sufre una conmoción cerebral como consecuencia de un golpe en la cabeza comete sin querer un homicidio. Es como si una pulsión inconsciente, irreprimible, se convirtiera en acto sin que la voluntad pueda hacer nada por evitarlo. Se ve obligado a huir hacia la frontera de México con la mujer del hombre al que ha matado, pero es médico y sabe que si se duerme entrará posiblemente en coma. En el curso de su huida, la pareja es víctima de personas extrañas y sórdidas, que huelen su indefensión y se aprovechan de ella para obtener dinero o satisfacer caprichos extravagantes.

¿Qué sueño puede dar origen a esta pesadilla? Tal vez el que duerme el doctor Jeff Cameron (Robert Mitchum) después de su primera noche de amor con Margo Lannington (Faith Domergue) en la lujosa mansión de esta, que poco después se convertirá en lugar del crimen. Como el propio encuentro sexual, prefigurado impúdicamente por la violencia de los impulsos y las miradas, el sueño sucede fuera de campo.

El doctor despertará de su sueño progresivamente, en habitaciones de hoteles baratos: primero en una grotesca noche de bodas en una ciudad del sur de Arizona que celebra su fiesta de la frontera, en la que todos los hombres deben llevar barba, y luego, de manera definitiva, en otra ciudad vecina, en un hotel en el que aguardan el paso de los vehículos de una compañía de teatro de variedades en los que deberán cruzar la frontera; esta última es una escena filmada en un único plano, como para hacer sentir el peso del tiempo de la espera, de un presente que se anula a sí mismo. Todo el encanto se ha esfumado y solo queda la depresión post coitum, encarnada en la tristeza encapsulada de los muñecos de los recién casados, la invocación inconsciente a Julie, la oscuridad penetrada por un letrero luminoso intermitente.

La relación entre Cameron y Margo nace del equívoco: primero ella piensa que la flor colocada en un vaso en el hospital ha sido puesta allí para ella (cuando la verdadera destinataria era la enfermera Julie). Más tarde, en la mansión, cuando el doctor llama por teléfono y pide que le pongan con Julie para anular su cita, Margo piensa al principio que él se limita a llamar a una enfermera para que vaya a atenderla.

Pero la película no se reduce a la historia convencional de un hombre esencialmente honesto seducido por una mujer que no le conviene. El equívoco más oscuro subyace en el propio doctor Cameron, un hombre poseído por su dependencia del trabajo (o la posición de poder que asume en él).

Desde la perspectiva de Margo aparece una película muy distinta. El sueño de ella brota en el quirófano, como ese sueño de la muerte que perturbaba a Hamlet. Nace de la necesidad de amor, rebajada a la categoría de enfermedad mental y defraudada sistemáticamente por los hombres. Los timadores y agentes tarados de la ley y el orden que aparecen en la parte final no son sino avatares carnavalescos, fantasmas y sosias de Mr. Lannington.

Como en un juego de cajas chinas, la pesadilla incluye otras pesadillas: así la de Margo cuando despierta al borde de una carretera que atraviesa el desierto, junto a árboles que tienen espinas en vez de hojas.

Las miradas de Faith Domergue traspasan la pantalla y parecen proyectarse desde una oscuridad en la que desaparece lo individual (ya sea el personaje o la actriz). Si pudiéramos mezclar (no necesariamente en sueños) los tiempos y las películas, Margo acudiría a una pequeña celebración de boda en un restaurante de Nueva York y se dirigiría a Irina (Simone Simon) llamándola «moya sestra», “hermana mía”.

6 comentarios en “Nadie se compadece de mí

  1. Rodrigo Dueñas

    La entrada, algo a lo que nos tiene acostumbrados su autor, es extraordinaria. Gracias a ella he conocido este Farrow genial, superior a sus magníficos «Hondo», «A bullet is waiting» y «Night has a thousand eyes».
    Como homenaje, podría añadir que esta película de ecos y rimas comienza con el protagonista contando un cuento a una niña que, confortándola, la hace dormir. O que la última frase que musita la protagonista (que, con resultados opuestos, resulta tan imprevista como la también final de Bruno Anthony), orgullosa y destemplada, a la vez está pidiendo, sin decirlo, compasión.

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    1. elpastordelapolvorosa Autor

      Gracias, Rodrigo. Bien visto que la niña cuyo gran primer plano reflejado en un espejo abre el relato rima con esa otra mujer-niña que mira con fijeza a través de su neurosis: ella no encontró a tiempo una figura como la del doctor Cameron. Y que el que empieza ayudando a otros a dormir, termina por no poder permitírselo a sí mismo (sabe demasiado: carece del refugio de la inconsciencia).
      Si seguimos saltando a otras películas, también se podría relacionar a Margo con Carole de «La frontière de l’aube» (de Garrel): «No digas que me amas. ¿Me seguirías amando si engordara, etc.,? ¿Me amarías si estuviera loca?»

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  2. jadsmpa79

    Un buen Farrow, que a ratos me gusta más que otros «noir» suyos con mejor prensa. Buena parte del atractivo reside en los actores, no solo, como era previsible, Mitchum, sino Faith Domergue, a la sazón esposa de Hugo Fregonese; una actriz bastante desaprovechada y que me gusta en casi todo lo que sale, incluso en ese tardío resabio de fantastique tourneriano que se titula «Cult of the Cobra».

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    1. elpastordelapolvorosa Autor

      No sabía que Faith Domergue fue pareja de Fregonese. Más célebre es su condición de «protegida» de Howard Hughes y, como hipótesis, puede plantearse que este proyectó en el personaje de ella algo de su personalidad histérica, siempre insatisfecha. En todo caso, la película va un poco más allá del tópico de la «mujer fatal» dispuesta a todo por dinero, y se adentra en otros territorios, entre Freud y Kafka (pero como una coincidencia que se descubre a posteriori, sin pedantería ni etiqueta culturalista).

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  3. jadsmpa79

    Respecto a Faith Domergue y Fregonese, creo que era Fernando Martín Peña el que decía que no había cosa que más le gustara a un argentino que saber que uno de los suyos le había levantado la chica a un americano del norte, poderoso y millonario.

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    1. elpastordelapolvorosa Autor

      Buena frase, muy argentina en su mezcla de orgullo y autoparodia. Es una lástima que actriz y director no llegaran a coincidir.

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