Melodrama

traviata-53-1953-vittorio-cottafavi

«El melodrama italiano es una obra de arte muy especial, construida al borde de un abismo de ridículo, en el que se sostiene a fuerza de genio. Este equilibrio prodigioso se verifica desde hace un siglo.

(…)

Los pequeños teatros de antaño puede decirse que eran como braseros del sentimiento público.
Un estrado de saltimbanquis, cuatro lámparas de petróleo y algunas calaveras bastaban para tal fin.
Entre el público y los artistas el contacto se producía en un santiamén: y había gritos, abrazos, silbidos, besos y puñaladas.

Hoy el melodrama vive sus últimos días, lleno de achaques -pero vive aún: crudo, concreto, atávico-, como es y ha sido siempre.
Es cierto que es menos antiguo que el Coliseo, por ejemplo, o que la torre de Pisa, pero es más viejo, infinitamente más viejo.

(…)

Verdi es siempre Verdi. Pero aquí sin ninguna retórica, ni énfasis, ni trivialidad oscura, ni fervor coreográfico: aquí, en cambio, frivolidad profunda, vicios, melodías punzantes, ropa interior, cristal de Bacará, risas de cristal, coladas de lavandería, gran mundo, buenos modales, mal sutil, amor y muerte.
En Traviata lo magro y lo grasiento están mezclados con grandeza natural.
Y la inspiración que gobierna este equilibrio milagroso es la más sincera, la más desnuda, la más elegante y tímida que haya habido.
En lo que respecta a su consistencia y su estructura, esta ópera podría flotar sobre el agua, como Ofelia. Como Ofelia, esta ópera muere de amor.
Y así, durante la obra, cuando el éxito hiperbólico alcanza hasta las estrellas, al crítico no le queda otro remedio que poner en marcha sus objeciones al progreso teatral, a la música de vanguardia, al arte nuevo, científico y sin corazón, que, por más reciente que sea, se encuentra ya en último puesto, a la cola de todo el viejo repertorio.

(…)

Caía el telón sobre el último acorde de la ópera y he visto con mis propios ojos llorar a mujeres, viejos y muchachas, y levantarse despacio, muy despacio, a los profesores de la orquesta, pálidos, absortos, sosteniendo sus violines como si fueran paraguas: no se daban cuenta de que la obra había concluido.»

Las citas proceden de Il paese del melodrama de Bruno Barilli; la imagen de Traviata 53, de Vittorio Cottafavi.

2 comentarios en “Melodrama

  1. jadsmpa79

    Qué brillantes y certeros pensamientos acerca de ese género que los «inteligentes» juzgan reprobable porque refleja la vida como ellos no sabrán hacerlo nunca. Todos los grandes del cine italiano (incluidos los más cerebrales y sofisticados, como Antonioni y Visconti) proceden
    del melodrama y varios lo han cultivado con genio insuperable.

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  2. elpastordelapolvorosa Autor

    Barilli fue sobre todo periodista, autor de textos de admirable plasticidad sobre música, y también apuntes de viajes e incluso algunas reseñas cinematográficas que desconozco. En España está desgraciadamente inédito.

    Bien traídas las referencias a Visconti, mítico Pigmalión de Callas, y a Antonioni, que también tiene una “Dama sin camelias” en la que se mezclan cine y bel canto.

    En cuanto a Cottafavi, su Traviata hace aflorar discretamente, en medio de la tristeza gris del sentido común, la fuerza de esas pasiones del alma que terminan destruyendo también el cuerpo. Su “Amami, Alfredo” es doble: primero aparece en versión literal, en la habitación alquilada donde viven los protagonistas, e inmediatamente después en un crescendo lírico que reproduce, por medios diferentes, el de Verdi, en la escena de la despedida en la estación –el eslabón perdido entre “Carta de una desconocida” y “Los paraguas de Cherburgo”. Hacia el final, después de vagar por las calles nocturnas de Milán barridas por el viento, Barbara Laage entona su “Addio del passato” en un largo primer plano sostenido.

    La película de Cottafavi es un ejemplo de fidelidad al espíritu conservador de Verdi; en las palabras de Barilli: “obstinadamente vuelto hacia la memoria de un tiempo pasado, dejaba que el sol brillase en sus espaldas. (…) Si le hubiesen traído por las bridas un Pegaso, el caballo alado, él lo habría atado a un arado o a una carreta rústica cualquiera. Quiere la tierra bajo sus pies este hombre tetrágono como el toro en la oscuridad de los establos, y su ojo busca en la sombra la chispa y la llama. Así que con él nada de teorías, experimentos, porvenires. Él sabe que cuando el arte progresa rápidamente es signo de que se precipita, y que del arreciar de las modas y las novedades no se obtendrán más que tejas y chatarra.”

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