Private imaginings and narrative facts / Remembrance: a portrait study / Tomorrow’s promise (Edward Owens, 1966-1967)
Como decía un personaje de una película de Rivette, lo propio de un tesoro es estar escondido. En su decimoctava sesión, Cineinfinito desveló la obra de otro cineasta olvidado; aún más que por la belleza de esa obra, sorprende el olvido porque sus circunstancias vitales podrían haber hecho de él un mito póstumo: afroamericano y homosexual, protegido de Markopoulos –que lo introdujo en el mundillo de la Factory de Warhol–, completó su obra entre los 18 y los 20 años y después abandonó el cine debido a una enfermedad mental complicada por su adicción a las drogas.
Las películas de Edward Owens apenas se han visto; permanecieron sepultadas hasta que dos de ellas se proyectaron públicamente en 2006 en Chicago, en un ciclo al que asistió Fred Camper –al que no impresionaron especialmente; y en 2009 se proyectaron en Nueva York, en una sesión organizada por Ed Halter, que llegó a contactar con el cineasta antes de su muerte.
Hace poco escuché a Félix de Azúa que recordaba que la poesía es un hacer peculiar: el poeta en sentido romántico carece de iniciativa y actúa como un instrumento, un médium, un esclavo a través del cual se expresa de forma caprichosa la poesía; su práctica es, por tanto, una pasión peligrosa y destructiva, y así se demostró en los años 60 y 70 –como ya anunciara Allen Ginsberg en su Aullido; su trayectoria vital hace que podamos considerar a Edward Owens como un auténtico poeta, en esta acepción.
En el caso de su obra, la referencia a la poesía debe verse solo en sentido analógico, puesto que Owens no se enfrenta al cine como una materia de palabras: su punto de partida no es la página en blanco, sino la pantalla en negro; si hubiera sido un pintor, habría que encuadrarlo entre los tenebristas –más próximo a Rembrandt que a Caravaggio. Todas sus películas, incluso la más larga, Tomorrow’s promise (que se inicia con una imagen boca abajo, al modo de Man Ray), carecen de una intención o argumento que pueda describirse verbalmente, a cambio de preservar el misterio de los rostros y los cuerpos que surgen de la oscuridad y se superponen en exposiciones múltiples, como imágenes tenues y fulgurantes de seres angélicos… Los retratados no interpretan, no tratan de expresar sentimientos, se limitan a ser ante la cámara como Greta Garbo, la reina Cristina de Suecia, con la mirada perdida en el mar. Junto a los rostros extrañamente ensimismados, como en trance, vislumbramos estancias lujosas o cotidianas, collares y pedrerías (“las piedras preciosas me miraron”, escribió Rimbaud), el humo del tabaco como una imagen del espíritu: “sus hálitos, sus cabezas, sus idas y venidas; la terrible celeridad de la perfección de las formas y de la acción”.
Parece claro que las dos primeras películas (Private imaginings and narrative facts y Remembrance: a portrait study) ponen en escena a la madre del cineasta; y él podría ser el niño que, desde una fotografía en blanco y negro, nos mira en un acantilado junto al mar. No hacen falta argumentos literarios para comprender que los retratos de Owens, y esto incluye también a los dos misteriosos novios de Tomorrow’s promise, están inspirados por el amor, un amor electivo “como el que las hadas le tenían a Rimbaud” (según escribió Roberto Bolaño), trágico como el de Tetis por su hijo Aquiles –Owens cita el cuadro de juventud de Ingres en que la nereida suplica por él a un inexpresivo e inamovible Júpiter.
El cine de Owens, y en especial Tomorrow’s promise, podría entenderse como una lucha contra el vacío: la luz es siempre dramática, y las figuras se multiplican con una cualidad alucinatoria, como imágenes fulgurantes que se superponen en el interior de los párpados y se resisten a desaparecer.
El único comentario que puedo dejar es que el texto es magnífico y que, una vez leído, me gustaría ver las películas. Pero para eso, claro, hace falta una filmoteca.
Gracias, José Andrés. La oportunidad de ver películas como estas en una pantalla de cine es una especie de milagro, obra de la pasión y el esfuerzo de unas pocas personas –en este caso el papel de guía del laberinto le corresponde esencialmente a Félix García.
También habría que hablar de la sesión dedicada a Theo Thiesmeier, que acudió generosamente a la proyección en Santander de sus películas de juventud de los años 80 y 90 (de las que nos gustó especialmente la titulada «Bude»)…