El sueño de la razón produce monstruos

El fotógrafo del pánico / Peeping Tom (Michael Powell, 1960)

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Hace ya casi dos semanas que pudimos ver, en una sesión del cine-club de la Filmoteca de Cantabria, una proyección de una copia en 35 milímetros de Peeping Tom, la extraña película que puso fin a la carrera de éxitos comerciales de Michael Powell. Como explicaba en su presentación José Luis Torrelavega, alma del del cine-club, lo que distingue a Peeping Tom de las demás películas de voyeurs (Rear Window, Vértigo, Psicosis…) es la presencia activa de la cámara: aquí el protagonista no se limita a mirar, sino que está dominado por el impulso de registrar las imágenes y a volver a ellas constantemente; como si fuera un cinéfilo cuyo placer aumenta con la repetición incesante.

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La naturaleza de su obsesión lo convierte en una especie de vampiro prosaico, disfrazado como los super-héroes bajo una máscara de hombre común, de niño bueno con una voz extrañamente delicada, de moderno turista que observa, protegido por el visor de su cámara, el país exótico de la sexualidad.

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Peeping Tom no está hecha para agradar; el placer no se revela en ella como algo positivo. Es lógico que una película que gira en torno a la mirada se inicie con un ojo que se abre: ese ojo seguirá abierto ante lo que la censura o las “buenas costumbres” quieren que permanezca oculto, pero que no por ello deja de existir. La voluntad de superar la censura data algunos diálogos y sugerencias visuales de una película que resulta, por lo demás, muy moderna.

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El protagonista, Mark, es un ser monstruoso, como el M de Fritz Lang o el doctor Cordelier de Jean Renoir; pero, como aquellas, la película de Michael Powell no muestra con mejor luz a la mayor parte de los personajes que lo rodean (su jefe en el quiosco de prensa, el cliente que se olvida de los periódicos, los detectives encargados de la investigación criminal). En última instancia Mark es también, como aquellos, una víctima; en este caso, la víctima de un padre fantasmagórico y terrible, al que el personaje retorna obsesionado en sus particulares sesiones de psicoanálisis fílmico (pocas veces el cine se habrá revelado, con más claridad que aquí, como una forma de acceso al inconsciente).

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Esa figura paterna (a la que encarna, misteriosamente, el propio Michael Powell) tiene algo de metafórico en su entrega obsesiva a la ciencia, y no tiene reparos en utilizar a su propio hijo como cobaya de sus experimentos: un proceso castrador que culmina en la filmación del muchacho (interpretado por el hijo del director, Columba Powell) asistiendo a los preparativos del entierro de su madre.

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La contrafigura del padre de Mark es la madre ciega de Helen (Anna Massey), que vive como inquilina en la planta baja de su casa. La película juega con el tópico del sexto sentido de los ciegos, hasta el punto de que ella es el único personaje capaz de ver con claridad, tanto a los demás como dentro de sí: su propia soledad amarga que trata de llenar con alcohol, en lugar de retener a su hija como animal de compañía.

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La película va mucho más allá del registro de un caso clínico y su capacidad de fascinación radica en su cualidad auto-reflexiva; esta puede apreciarse en los numerosos apuntes de ironía británica que están dirigidos con claridad al espectador, ya que resultan ajenos a la funcionalidad de la narración: al principio, Mark contesta a un curioso que trabaja como fotógrafo para The observer; más tarde, el personaje de Moira Shearer, antes de ser asesinada, se detiene frente a un cartel en el que podemos leer “Safety first”.

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Toda esa escena puede verse simbólicamente como el asesinato deliberado por parte de Powell de su obra anterior, representada por su gran éxito, Las zapatillas rojas, protagonizada por la misma actriz.

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También son irónicas las imágenes del rodaje cinematográfico, que muestran una faceta del cine bien distinta de la que tiene para el protagonista: un mundo de colores primarios y brillantes que contrasta con las tonalidades del ladrillo londinense, la humedad de las escaleras y los jardines, los tonos pastel del papel que recubre las paredes de la casa de Mark, sus escaleras adornadas con cuadros que representan escenas de caza, la oscuridad del laboratorio y de los pisos secretos en que se toman fotografías eróticas.

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Cuando Mark espía a los policías deslizándose como un ratón sobre la estructura del plató cinematográfico, la lenta caída de unos lápices rojos del bolsillo de su chaqueta nos hace conscientes de nuestra completa identificación con el asesino: como él, estamos atrapados en la tela del placer sádico, y si su carrera criminal se viera interrumpida en ese momento por un azar tan estúpido nos sentiríamos tan decepcionados como un mirón al que se le cierra una cortina en el momento culminante.

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Por otra parte, Michael Powell y su guionista Leo Marks conceden a Mark un rasgo sentimental en su relación con el único personaje positivo, el de Anna Massey (un sentimiento de empatía que funciona como contrapeso de la atracción sexual pura, que lo empujaría a asesinarla): este planteamiento refuerza la posición de víctima de él, y permite preservarla a ella con vida -para que, años después, Hitchcock pudiera matarla sádicamente, por mediación de otro psicópata londinense, en Frenesí.

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Powell no es inferior a Hitchcock en la creación de imágenes que se graban en la retina en una primera visión: toda la película podría resumirse en la imagen de la joven semidesnuda a la que vemos primero de perfil y que, cuando se vuelve hacia la cámara de Mark, muestra una cicatriz que desfigura la otra mitad de su rostro.

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También, por supuesto, en las numerosas imágenes de los ojos de Karlheinz Böhm, o de su efigie que se superpone a la proyección cinematográfica.

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Y no menos memorable es la banda sonora, hecha de unos pocos elementos obsesivos: las notas disonantes de un piano, el goteo del agua en un pasaje de Fitzrovia o en las cubetas de revelado del laboratorio de Mark, el compás sordo de un cronómetro: sonidos que terminan por imponerse a la ironía y el sentimiento, de modo que la sensación que deja Peeping Tom es la de una seriedad triste, sórdida y seca.

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Fuentes de las imágenes: eldiabloprobablemente.tumblr.com / bibliapobre.wordpress.com / quixotando.wordpress.com / dvdclassik.com / blu-ray.com

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